Hace algunas
horas fue publicada, a través de redes sociales, una breve columna de opinión
titulada ‘’ ¿Los Niños del Apra?’’ por Fernando Rospigliosi. Evidentemente, un
escrito de este calibre resulta peligroso, pues el autor no se encuentra –
rigurosamente – sujeto a un análisis profundo del tema a desarrollar, sino que
suele verter ideas dispersas y limitadas, sin necesidad de realizar una ardua
reflexión previa. Y digo ‘’peligroso’’ porque esta extensión de tolerancia
periodística permite esbozar una radiografía de quien escribe, reflejando así
su capacidad cognitiva y sus dotes literarios. De ahí que los diarios,
semanarios y demás busquen una alta trayectoria en quien se atreve a deslizar
su pluma por sus hojas y portales.
Por lo antes
expuesto, resultaría inadmisible dudar de la calidad intelectual y narrativa de
un personaje que no es ajeno a la realidad comunicacional y en cuyas
participaciones ha cimentado un cierto grado del accionar político de hoy y de
antaño en el Perú. No obstante, Fernando Rospigliosi parece ser la excepción,
pues la columna de opinión que escribió roza –y muy de cerca- la torpeza. Por ello, haremos el ejercicio
habitual de todo lector: analizaremos extractos del texto y cuestionaremos la presencia
o la ausencia de fundamentos en el mismo.
Es cierto que el
Partido Aprista Peruano recuperó su inscripción y el debate interno se hace
presente en la Casa del Pueblo; sin embargo, este ejercicio en el que se
contraponen ideas es la base de la democracia partidaria. La unidad y lucha de
contrarios genera resultados sustanciosos y aplicables. Por otra parte, en el
mismo párrafo hace mención de la Secretaria General Institucional, Belén
García, a quien denomina ‘’abanderada de las bases provincianas’’. Craso error
del señor Rospigliosi, pues – de la misma manera- en que afirmamos no ser un
partido de clase, afirmamos no ser un partido que dé preferencias por lugar de
representación. De manera que, Belén García al ser Secretaria General
representa no solo a un sector del Partido Aprista Peruano, sino a su
totalidad.
Luego, el autor
pretende concatenar algunos comentarios que la prensa recoge de manera
superflua, acerca de la venta del local de La Tribuna y la situación de la
clínica odontológica. Temas que el militante activo conoce y cuyo abordaje
frontal significa la lucha contra toda intromisión de elementos externos a
nuestra residencia. En tal sentido, no es casualidad que el rechazo de las
bases ante el hecho insólito de capturar nuestro local partidario haya sido
unánime, inmediato y contundente.
Las bases no
están alejadas de las ideas, principios y experiencias de los fundadores del
aprismo. Sin embargo, entendemos que la oposición así lo desee, pues no es
secreto que un partido como el APRA genere temor en aquellos que hicieron de la
política un vil negocio de oportunistas. Oportunistas que, por cierto, hemos
combatido desde nuestro espacio y que hoy buscan – desesperadamente – evitar la
renovación y el avance de nuevos cuadros nacionales. ¿Es acaso esta su
situación, señor Rospigliosi? ¿Tiene miedo a la juventud pletórica de fuerzas
que representa el ansiado reverdecer en el partido de la estrella? Parece que
la pregunta se responde por sí sola. ¿O ha hecho su texto por encargo?
Siguiendo con el análisis
del texto, resulta risible afirmar que un ‘’partido tradicional’’ sea un medio
más atractivo que un movimiento novedoso, pues lo que hemos presenciado en los
últimos doce años ha sido lo contrario. El grueso de los electores se inclina
por personalidades mediáticas que no representan una ideología o doctrina
concreta, sino que se abocan en propugnar medidas paliativas y demagógicas a
viva voz. Y si nos referimos al plano interno, cabe resaltar la preparación
intelectual, que es obligación de todo aprista y bajo cuya esencia hemos
perdurado casi un siglo en la política peruana. Dicha cualidad permite
discernir al afiliado y ejercer – coherentemente - su derecho en los comicios
partidarios, que son la máxima muestra de democracia interna.
Finalmente, Rospigliosi
expresa una increíble comparación con Acción Popular, aseverando que una nueva
generación directiva representaría un peligro, cual caso ‘’Los niños’’ y su
conexión con el defenestrado golpista Pedro Castillo. Sin embargo, con estos
comentarios el susodicho olvida por completo la lógica elemental y cae en una
enorme falacia malintencionada que parece ser direccionada por terceros,
buscando así coartar la libertad de expresión de los militantes que izan la
bandera de la renovación.
Vemos pues, que
no son pocos los errores que el autor comete al intentar abordar la realidad
del Partido Aprista Peruano. Además, el lector podrá darse cuenta que el mismo
patrón se repite en cada una de sus columnas de opinión, evidenciando una
lamentable capacidad reflexiva y literaria. Situación crítica que - sin duda -
pone en tela de juicio, no solo las aptitudes del escritor, sino la seriedad de
los medios que recogen sus declaraciones. Parece que la renovación no solo debe
darse en el APRA sino también en los columnistas de algunos portales de
opinión.
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