A propósito de la Copa Mundial de Futbol disputada en Catar, con imperiosa necesidad y sin objeción alguna, reminiscencias de otros tiempos se apoderan de todo aquel que ame el fútbol y haya tenido el privilegio de visualizar dicho espectáculo con anterioridad y. Quizá resulte agresivo ubicarnos en el año 1962, pues hace sesenta años el mundo y- por ende- el deporte, eran diferentes.
La dinámica, tanto como las reglas de juego y las escuadras, cambiaron sobremanera. No obstante, la idiosincrasia de los pueblos, a pesar de su evolución, continúa cimentada en patrones característicos. El pragmatismo inglés, la elegancia francesa o la alegría brasileña permanecen intactos. De manera que, el fútbol, al ser un medio de expresión por el cual se transmite la personalidad de su nación, adopta dichas singularidades.
Algo curioso sucedía con el Brasil de aquellos años. Al parecer, la hecatombe de la Copa Mundial de 1950 habíase disipado con la gloriosa conquista de Suecia en 1958. Nacía una nueva era y una nueva leyenda escribía su nombre en la historia: Edson Arantes Do Nascimento ‘’Pelé’’. El joven que guio a Brasil hacia la obtención de su primera estrella y en quien millones depositaron su confianza para la defensa del título en la Copa Mundial de Chile 1962.
Recordemos que dos años antes el vecino país sureño sucumbió ante un feroz terremoto que destrozó gran parte de la infraestructura destinada al deporte; sin embargo, aunando esfuerzos logró concretar el desarrollo de la máxima fiesta futbolera, contando con la participación de dieciséis países que no dieron tregua alguna en los partidos que les tocó disputar.
Así la escuadra verdeamarela iniciaba su travesía en las costas de Viña del Mar con un Pelé fatigado y expuesto a sufrir lesiones de consideración por la seguidilla de encuentros previos. Exposición que derivó en el diagnóstico de un esguince que imposibilitó al astro disputar más de dos partidos en aquella edición. Evidentemente, el estupor fue mayúsculo en la población brasileña y mundial. El héroe que encumbró a Brasil- hacía cuatro años atrás- al primer puesto del podio, quedaba descartado.
Dicen que los auténticos líderes aparecen en momentos cruciales y eso fue exactamente lo que sucedió. La descomunal imagen de un hombre que no superaba el metro setenta de estatura y en cuyas piernas desproporcionadas y cintura torcida configuraba una poliomielitis considerable, parecía erigirse a un nivel superior. Desahuciado a nivel mental por el psicólogo del Scratch, Manuel Francisco Dos Santos ‘’Garrincha’’ hizo su apoteósica aparición. Cabe resaltar que, si bien Garrincha participó en la selección brasileña de 1958, quedó relegado a un segundo plano por los críticos de la época. No obstante, la Copa Mundial de 1962 era la oportunidad perfecta de demostrar aquellos dotes futbolísticos que no conocían parangón alguno.
Érase un humano a un balón pegado. La pelota parecía correr al ritmo de su diestra y sus pases milimétricos hacían gala de un prodigioso cálculo. El balón abrazaba las redes cuando su remate se efectuaba a cualquier distancia. Y el regate constituía recurso predilecto de aquel profeta que lo ejecutó con perfección. Dirigió a Brasil en los triunfos contra España, Inglaterra y Chile. A los primeros los superó con velocidad y de su amague nació el segundo gol de Amarildo. A los segundos los derrotó con un fútbol certero y dos goles: uno de cabeza y otro de fuera del área. Y a los terceros los sorprendió con un gol de antología y en la escuadra, para luego coronar la victoria con un potente cabezazo.
Con una actuación superlativa preparó a su selección para enfrentarse contra la extinta Checoslovaquia, poderoso equipo europeo comandado por Josef Masopust. No era de extrañarse una nueva y vistosa participación del genio del dribbling por lo que, a pesar de extensos esfuerzos de la defensa checoslovaca, no pudieron detenerlo en todo el partido. Lo intentaron de mil formas y ninguna surgió efecto. Gambeteó a todo el equipo, hizo y deshizo, dio cátedra de lo que significa el ‘’jogo bonito’’. Garrincha fue la figura del partido y la figura de esa Copa del Mundo. Él ganó ese galardón y lo hizo divirtiéndose, con actitud bonachona, risa socarrona y profunda y transparente humildad. Hizo feliz a la afición y por eso se le asignó el apelativo de ‘’La Alegría del Pueblo’’. No hubo a la fecha, jugador que haya sido tan determinante en esta competición y que haya demostrado en el campo tal capacidad para jugar al balón.
En suma: técnica, inteligencia y estado físico se concentraron en Garrincha. ‘’Mané’’ como también era conocido, hizo del lujo su rutina diaria y preferida. Luchó contra las adversidades y consiguió ocupar un lugar privilegiado en la historia. Demostró que el fútbol era arte y escribió cual poeta las mejores páginas del deporte rey para su eternidad.
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