El mes de mayo trajo consigo una fecha decisiva en la política
y la historia peruana y americana. Me refiero a la conmemoración de los cien
años del APRA continental, movimiento clave en el desarrollo de múltiples
aristas de nuestra sociedad. Específicamente, un siete de mayo de 1924, el
joven Víctor Raúl Haya de la Torre enarboló la bandera indoamericana en el país
de México; escenario en el que años anteriores habíase iniciado la famosa
revolución contra el dictador Porfirio Díaz.
Ciertamente, la influencia del APRA, que fue plasmada a
través del Partido Aprista Peruano en nuestro país, sentó las bases para el
inicio de la participación de representantes del pueblo en los procesos
electorales. Este novedoso hecho fue cruentamente reprimido por aquellas
personalidades que - en otrora - dominaron los destinos del Perú. Ello se vio reflejado
en el accionar de los poderes de turno que, a lo largo de los años, efectuaron persecuciones,
vetos y asesinatos a mansalva.
Tras los hechos acontecidos, resultó evidente el rechazo
unánime al posible quiebre del statu quo que propugnaba el APRA. Haya de la
Torre había construido un movimiento que se enmarcaba en los parámetros de la
realidad de América Latina, a nivel ideológico y doctrinario. Forjó un
instrumento que superó los preceptos del clásico marxismo y estableció un
mecanismo de enlace entre el representante y el representado. Esto,
definitivamente, cobró real relevancia en las elecciones de 1931, cuando Víctor
Raúl postuló a la presidencia con 36 años de edad.
Años posteriores, en las elecciones de 1985, el APRA
volvió a encabezar la vanguardia de la política peruana, presentando como
candidato a un joven Alan García Pérez, quien se erigía como el representante
de la renovación partidaria. Evidentemente, el nuevo rostro y la descollante
personalidad de Alan, de 35 años de edad, generaron un efecto positivo en la
población, quien confió dos veces en otorgarle la más alta magistratura del
país. Y es que Alan García comprendió y utilizó la tecnología en beneficio de
la ciudadanía, razón por la cual concretó uno de los mejores gobiernos de la
historia republicana, en su segundo periodo.
Vemos, a través de este sucinto recuento, la permanente
convicción del APRA por renovarse en ideas y en personas, pues debe existir un
complemento entre ellas. Y eso es, precisamente, lo que la población exige en
la actualidad: hombres y mujeres que manifiesten un real cambio en la forma y
el fondo de hacer política. Equivocado sería interpretar que aquellas
personalidades que, en su momento, representaron al partido de la estrella,
pueden calar - nuevamente - en la conciencia de los electores, especialmente en
los que por vez primera acudirán a las urnas. El efecto sería notablemente
adverso.
Por otra parte, el APRA necesita exhibir una agenda
social que recopile un conjunto de demandas de diversos sectores de la
población. Requiere, por lo tanto, impulsar conversatorios en el que el
intercambio de ideas sea constante. Una muestra clara de ello lo vemos en las
actividades que realiza, sistemáticamente, Enrique Valderrama; nuevo rostro y
líder emergente que reafirma, en cada una de sus intervenciones, el compromiso
de contribuir con la obra de Haya de la Torre.
En suma, resulta imperativo que los apristas aúnen fuerzas
para enfrentar el panorama venidero con soluciones efectivas, pues el
desasosiego actual es claro resultado de la inacción de políticos que,
olvidando sus obligaciones con la población, utilizan el cargo para beneficio
propio. El APRA, en consecuencia, debe volver a constituirse como agente de
cambio, estandarte de esperanza y propulsor de una real y concreta renovación
para todos los peruanos.
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